«Tú eres mi Hijo amado y me das mucha alegría»
Hno Ricardo Grzona, frp
Cristian Buiani, frp
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PRIMERA LECTURA: Isaías 40, 1-5, 9-11
SALMO RESPONSORIAL: 104(103),1b-2.3-4.24-25.27-28.29-30
SEGUNDA LECTURA: Tito 2, 11-14; 3.4-7
Invocación al Espíritu Santo:
Ven Espíritu Santo,
Ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias.
Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad
para entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo.
Que tu Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros.
Amén
TEXTO BÍBLICO: Lucas 3, 15-16.21-22
15 La gente, estando esperanzada, comenzó a pensar que quizás Juan era el Mesías, 16 pero Juan respondiendo a todos, dijo: “Yo los bautizo con agua, pero viene alguien que es más poderoso que yo, y no soy digno de desatar las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y fuego.
21 Sucedió, que en el tiempo que todo el pueblo era bautizado, Jesús también fue bautizado; y mientras estaba orando, el cielo se abrió, 22 y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma sobre Él. Luego se oyó una voz del cielo que decía: “ Tú eres mi Hijo amado y me das mucha alegría”.
TRADUCCIÓN DEL NUEVO EVANGELIZADOR
1.- LECTURA: ¿Qué dice el texto?
Estudio Bíblico.
Hoy celebramos el Bautismo del Señor, con esta fiesta culminamos el ciclo natalicio y comenzamos el tiempo litúrgico ordinario durante el año.
El Bautismo de Jesús es un acontecimiento importante, ya que marca el inicio de su vida pública. Comienza la lectura diciéndonos que el pueblo estaba a la expectativa ante la persona de Juan el Bautista. Esto se debe a que Israel durante varios años vivió una “ausencia” de profetas en su pueblo, y la llegada de Juan significó una buena noticia. Por fin había de nuevo un profeta cuya vida también le acreditaba como tal. Notablemente diferente a los demás, por su estilo de vida, su forma de hablar y su mensaje, constituía un nuevo paradigma que difícilmente tendría similitudes a otros. Era tan grande la impresión causada por este, que muchos comenzaron a señalarlo como el Mesías esperado.
Por aquel tiempo, Juan invitaba a un bautismo que se distinguía de las acostumbradas abluciones religiosas. Este bautismo se caracteriza por no ser repetible, y por ser la consumación concreta de un cambio que determina de modo nuevo y para siempre toda la vida. Está vinculado a un llamamiento ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre todo al anuncio del juicio de Dios y al anuncio de alguien más Grande que ha de venir después de él.
Juan bautiza con agua, pero el más Grande, aquel bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego, está por llegar. Y Juan reconoce la autoridad y el honor de esta persona, a la que afirma que no es digno de desatarle la correas de las sandalias.
Jesús quiere ser bautizado, y se mezcla entre la multitud de pecadores que esperan a las orillas del Jordán. Puesto que el bautismo de Juan comporta un reconocimiento de la culpa y una petición de perdón para poder empezar de nuevo, este sí a la plena voluntad de Dios encierra también, en un mundo marcado por el pecado, una expresión de solidaridad con los hombres, que se han hecho culpables pero que tienden a la justicia. De esta manera Jesús carga con la culpa de toda la humanidad; y entró con ella en el Jordán.
Lucas nos dice que Jesús recibió el bautismo mientras oraba, es decir, entra en diálogo con el Padre. El Cielo se abre, y el Espíritu Santo bajó sobre Jesús como una paloma, y se oyó una voz del cielo que se dirige a Jesús “Tú eres mi hijo querido, mi predilecto”. El Espíritu Santo es representado “como una paloma”, probablemente, a causa del primer versículo del Génesis, donde el Espíritu de Dios, según la tradición judía, aleteaba sobre las aguas “como una paloma”. Este símbolo evocaría entonces la nueva creación inaugurada en el bautismo de Jesús.
La imagen del cielo abierto, nos habla de la plena comunión de Jesús con la voluntad del Padre, y a ello se añade la presencia del Espíritu Santo, las tres personas de la Santísima Trinidad.
Reconstruimos el texto:
- ¿Cómo comienza el texto? ¿Cómo estaba la población?
- ¿Qué se preguntaban entorno a la figura de Juan el Bautista?
- ¿Con que bautiza Juan? ¿Qué dice del que vendrá después de él? ¿Con que bautizará este?
- ¿Qué hacía Jesús mientras era bautizado?
- ¿Qué signo sorprendente ocurrió? ¿De qué forma descendió el Espíritu Santo sobre Jesús?
- ¿De dónde provenía la voz que se oyó? ¿Qué decía?
2.- MEDITACIÓN: ¿Qué me o nos dice Dios en el texto?
Hagámonos unas preguntas para profundizar más en esta Palabra de Salvación:
- ¿Siento, al igual que Juan el Bautista, que ante Jesús nos encontramos con una “gran persona”? ¿Qué siento al conocer que Jesús, que no tenía necesidad de ser bautizado o de ser perdonado, se bautiza para cargar el pecado de la humanidad? ¿Comprendo que este es un gesto de amor, y que lo hace por mí?
- ¿Qué me dice a mí hoy, esta actitud orante de Jesús en todo momento y lugar? ¿Yo también oro al Padre, tanto en los momentos trascendentes como en la cotidianidad? ¿Qué lugar ocupa la oración en mi vida? ¿Lo hago con plena consciencia, o me dejo llevar por una recitación mecánica de palabras?
- ¿Me doy cuenta de que fui bautizado en el fuego y en el espíritu como predicó Juan? ¿Soy agradecido a Dios por mi condición de bautizado, que me permite ir de modo más viable a su encuentro?
- ¿El Bautismo del Señor me hace recordar que también yo un día fui bautizado y que por lo tanto soy hijo de Dios? ¿Qué significa para mí estar bautizado? ¿Entiendo que ser bautizado es una gracia, pero a la vez un apremiante llamado al servicio?
- ¿Qué me produce escuchar las palabras de Dios Padre a su Hijo? ¿Siento algunas veces que Dios me habla de este modo, me expresa su amor, y me convoca a la misión?
3.- ORACIÓN: ¿Qué le digo o decimos a Dios?
Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor.
Salmo 28
Hijos de Dios, aclamen al Señor,
aclamen la gloria y el poder del Señor,
aclamen la gloria del Nombre del Señor,
adoren al Señor en el atrio sagrado.
La voz del Señor sobre las aguas,
el Dios de la gloria ha tronado,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica,
la voz del Señor parte los cedros,
parte el Señor los cedros del Líbano;
hace brincar el Líbano como un novillo,
el Sarión como cría de búfalo.
La voz del Señor lanza llamas de fuego.
La voz del Señor hace temblar el desierto,
el Señor hace temblar el desierto de Cades;
La voz del Señor retuerce los robles,
abre claros en las selvas. En su templo todo grita: ¡Gloria!
El Señor se sienta sobre las aguas diluviales,
el Señor está sentado como rey eterno.
El Señor da fuerza a su pueblo,
el Señor bendice a su pueblo con la paz.
AMEN.
Hacemos un momento de silencio y reflexión para responder al Señor. Hoy damos gracias por su resurrección y porque nos llena de alegría. Añadimos nuestras intenciones de oración.
4.- CONTEMPLACIÓN: ¿Cómo interiorizo o interiorizamos la Palabra de Dios?
Para el momento de la contemplación podemos repetir varias veces este versículo del Evangelio para que vaya entrando a nuestra vida, a nuestro corazón.
Repetimos varias veces esta frase del Evangelio para que vaya entrando a nuestro corazón:
«Tú eres mi Hijo amado y me das mucha alegría»
(Versículo 22)
Y así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.
5.- ACCION: ¿A qué me o nos comprometemos con Dios?
Debe haber un cambio notable en mi vida. Si no cambio, entonces, pues no soy un verdadero cristiano.
Si estoy solo, vuelvo a leer detenidamente las lecturas. Hoy me comprometo a vivir de modo radical mi condición de Hijo de Dios. Mi compromiso será recordar y testimoniar a quienes están alejados, no creen o están pasando situaciones difíciles la forma en que Dios los ama y los acompaña.
En el grupo, nos comprometemos a ser una comunidad marcada por el signo bautismal. Nos propondremos acercarnos por estos días a algún centro asistencial, hospital, u orfanato para llevar algún regalo o gesto concreto; acompañando nuestra presencia testimonial que exprese la ternura y la misericordia de Dios.