«Dios envió a su hijo para que el mundo se salve por él»
Hno. Ricardo Grzona, frp
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PRIMERA LECTURA: Números 21, 4b-9
SALMO RESPONSORIAL: Salmo 77, 1-2.34-38
SEGUNDA LECTURA: Filipenses 2, 6-11
Invocación al Espíritu Santo:
Ven Espíritu Santo,
Ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias.
Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo.
Que tu Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros.
Amén
TEXTO BÍBLICO: Juan 3, 13-17
3,13: Nadie ha subido al cielo si no es el que bajó del cielo: el Hijo del Hombre.
3,14: Como Moisés en el desierto levantó la serpiente, así ha de ser levantado el Hijo del Hombre, 3,15: para que quien crea en él tenga vida eterna.
3,16: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no muera, sino tenga vida eterna. 3,17: Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él.
BIBLIA DE NUESTRO PUEBLO
1.- LECTURA: ¿Qué dice el texto?
Estudio Bíblico.
Todos los años celebramos una fiesta sumamente importante, la exaltación de la Santa Cruz. En primer lugar porque tenemos que tener claridad con que no es posible entender el cristianismo sin la Cruz de Jesús.
Por un lado es necesario recordar los sacrificios en el Templo de Israel, y cómo el pueblo giraba en torno a una liturgia donde se ofrecían diferentes animales en holocausto para que Dios perdonara los pecados del pueblo.
En el plan de Dios las cosas son muy diferentes. Él no quiere que sacrifiquen más animales, pues él mismo entregará a su propio y único Hijo para salvarnos a todos. Por lo tanto, el signo más espantoso de tortura, se convierte desde Jesús, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, en el símbolo de la victoria sobre la muerte.
Recordemos que en el pecado original, nuestros primeros padres ensuciaron a toda la humanidad y como consecuencia vino la desgracia y la muerte. Era la misma muerte la que tenía una “aparente victoria” sobre los seres humanos. Luego de la muerte, estaba el “Seol” o lugar donde los muertos iban, como una desaparición para siempre. Por eso, en el Antiguo Testamento era tan importante tener descendencia que lo recordaran a uno después de la muerte y también se entendía que Dios bendecía a sus hijos con una vida larga y próspera (este pensamiento fue cambiado con la teología que está en el libro de Job).
Todos los textos de este domingo nos presentan a Jesús exaltado en su victoria en la cruz. Aunque el aparente fracaso de Jesús, para Dios esto es el signo con que marcará a los discípulos y seguidores de su Hijo Jesús, ofreciéndoles la victoria definitiva. Y como dice el libro de los Números, así como Moisés levantó la serpiente de bronce para que todo aquel que la mirara quedara limpio de las picaduras de las serpientes, así Jesús, al ser levantado en la cruz redentora, pueda limpiar del pecado a quien lo reconozca como Señor y Salvador, desde la cruz.
En el Evangelio de este Domingo, Jesús está hablando con Nicodemo, un maestro de la Ley que fue a ver a Jesús de noche, y por eso usa textos del Antiguo Testamento para explicarle. Jesús es el que ha venido del cielo, Él es el único que conoce al Padre y su designio salvador.
Este diálogo es un monólogo o explicación que Jesús ofrece. Por lo tanto hay que entenderlo en todas sus expresiones.
Lo importante aquí es el tema de la “vida eterna”. Quien crea en Jesús, tenga vida eterna. Esta expresión, es lo que estaba buscando en el fondo Nicodemo. El Hijo del Hombre, es la expresión mesiánica que Jesús se atribuye a sí mismo. Es para dar a entender quién es Él.
Es posible que el Evangelista Juan ponga en labios de Jesús una síntesis de la historia de la salvación, porque en realidad eso es. Y es curioso el uso de los verbos en pasado. Tanto “amó” Dios al mundo que “entregó” a su Hijo único. Y la insistencia es “para que quien crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna. Es el testimonio mismo de Jesús, el único que ha bajado del cielo, y por lo tanto es el único que está en condiciones de revelar el amor de Dios con la obediencia a su plan de dejarse sacrificar como único holocausto agradable al Padre, para salvarnos y liberarnos a los seres humanos de la muerte eterna.
El final de este breve texto es muy claro, Dios no envió a Jesús para juzgar ni condenar, sino que lo envió para salvar a todos los que crean en Él, y sobre todo en su humillación en la cruz, que para los cristianos, después de la resurrección, es la victoria final sobre el pecado y la muerte.
Se puede recibir o rechazar este amor de Dios por medio de la fe. Y este texto está puesto para aumentar nuestra fe en el Señor, en su salvación obtenida de una vez para siempre en la victoria que consiguió para nosotros en el “carro victorioso de la cruz” (como dicen los Padres de la Iglesia). Es en esa cruz, como la entrada triunfal después de la gran batalla con el enemigo. En que podemos sentirnos todos también victoriosos. Pues Cristo ya ganó la batalla para todos.
Reconstruimos el texto:
- ¿Cómo comienza este texto? ¿Con quién está hablando Jesús?
- ¿Cuál es la relación de Jesús con el cielo? ¿Quién bajó del cielo y subirá nuevamente?
- ¿Con qué señal del Antiguo Testamento que usó Moisés, se presenta Jesús?
- ¿Qué pasaba con los israelitas que en el desierto miraban esa señal?
- ¿Cómo manifestó Dios Padre su amor por los seres humanos?
- ¿Qué pasa con los que miren a Jesús en la Cruz y crean en Él?
- ¿A qué vino Jesús, a condenar o a salvar?
- ¿Cuáles son las condiciones para recibir entonces la salvación que Jesús nos obtuvo en la Cruz?
2.- MEDITACIÓN: ¿Qué me o nos dice Dios en el texto?
Hagámonos unas preguntas para profundizar más en esta Palabra de Salvación:
- ¿Cuál es mi relación personal con Jesús? ¿Me doy cuenta que en mi oración puedo encontrarme con Él para que me instruya, me guíe, me oriente y yo pueda seguirlo?
- ¿Acepto que Jesús se ofreciera en la Cruz por mí? ¿Qué implica esta aceptación?
- Si yo hubiera vivido en la época de Jesús ¿Cuál habría sido mi reacción? Muchas veces decimos que si yo hubiera estado en esos momentos no hubiera permitido que Jesús sufriera… En verdad ¿Entendí el misterio de la Cruz?
- ¿Me doy cuenta que Jesús sin su Cruz redentora no sería igual? ¿Acepto la cruz? ¿Proclamo a Jesús victorioso desde la Cruz?
- ¿Entiendo que el amor misericordioso de Dios Padre, fue entregar a su Hijo Único Jesús, el Cristo, para que obtuviéramos la redención?
- ¿Me doy cuenta que la muerte ya no tiene poder sobre nuestra vida?
- ¿Entiendo que también debo pasar como Jesús por la muerte temporal para llegar a la vida eterna?
- ¿Cómo podría definir mi fe en Jesús, es decir mi credo personal, mi seguridad en Él?
3.- ORACIÓN: ¿Qué le digo o decimos a Dios?
Orar, es responderle al Señor que nos habla primero. Estamos queriendo escuchar su Palabra Salvadora. Esta Palabra es muy distinta a lo que el mundo nos ofrece y es el momento de decirle algo al Señor:
Filipenses 2, 5-11
2,5: Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús,
2,6: quien, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de ser igual a Dios;
2,7: sino que se vació de sí
y tomó la condición de esclavo,
haciéndose semejante a los hombres.
Y mostrándose en figura humana 2,8: se humilló,
se hizo obediente hasta la muerte,
y una muerte en cruz.
2,9: Por eso Dios lo exaltó y le concedió un nombre superior a todo nombre,
2,10: para que, ante el nombre de Jesús,
toda rodilla se doble,
en el cielo, la tierra y el abismo;
2,11: y toda lengua confiese:
¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.
Hacemos un momento de silencio para responder al Señor y demos gracias porque nos llena de alegría.
Añadimos nuestras intenciones de oración.
Amen.
4.- CONTEMPLACIÓN: ¿Como interiorizo o interiorizamos la Palabra de Dios?
Para el momento de la contemplación podemos repetir varias veces este versículo del Evangelio para que vaya entrando a nuestra vida, a nuestro corazón.
«Dios envió a su hijo para que el mundo se salve por él»
(Versículo 17)
Y de esta forma nos ponemos en contemplación, repitiendo y agradeciendo a Jesús que venga.
5.- ACCION: ¿A qué me o nos comprometemos con Dios?
Debe haber un cambio notable en mi vida. Si no cambio, entonces, pues no soy un verdadero cristiano.
Si estoy solo, vuelvo a leer el texto, y la segunda lectura en forma pausada y con deseos de profundizar. Voy a tomar una cruz, voy a mirar la cruz con Jesús clavado en ella y voy a pedirle al Señor que sea Él mismo quien desde la cruz me hable a mí y me diga lo que debo hacer en mi vida. Adoraré al Señor en la Cruz y tendré un gesto. Luego haré un acto claro y decidido de humildad con algún hermano que necesite mi servicio. Demostraré que sí soy capaz de humillarme para mostrar mi fe.
En el grupo, preguntarse qué sienten ante Jesús crucificado. Poner en la cruz de Jesús mis ausencias y defectos para pedirle a Jesús Crucificado que me redima. Ante un altar con Jesús crucificado hacer una oración espontánea, y luego como grupo ir a atender necesidades de hermanos que sufren para demostrar nuestra humildad, asociada a la humildad del Señor. Recordemos que un cristianismo sin cruz no es auténtico.
EL EVANGELIO DEL 17 SEPTIEMBRE 2017, MATEO 18, 21-35.